agricultura inteligente
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La inteligencia artificial crea la “agricultura inteligente”

Un tema que ha revolucionado el sector primario a nivel mundial, conocido como «agricultura inteligente», está impulsado por un trío de titanes tecnológicos: la digitalización, la Inteligencia Artificial (IA) y el Internet de las Cosas (IoT). Esta sinergia busca una optimización sin precedentes en la producción, una mejora sustancial en la sostenibilidad y una capacidad casi futurista para predecir problemas antes de que arrasen con las cosechas. Pero mientras el mundo avanza, ¿qué sucede con el gigante agrícola de América Latina?

La visión de esta nueva era agrícola es ambiciosa: construir un sistema más eficiente, inclusivo y resiliente en el que la meta no es solo aumentar la productividad para asegurar la alimentación de una población en constante crecimiento, sino lograr a la par el reducir drásticamente el impacto ambiental.

Se busca un uso más inteligente de recursos críticos como el agua y los fertilizantes, y al mismo tiempo, ofrecer productos más saludables y nutritivos a la población. Es un modelo que prioriza la salud del planeta y del consumidor, y en eso, países de la Unión Europea ya marcan la pauta, fusionando sus proyectos «verdes» con la agricultura inteligente y la ganadería automatizada de manera cotidiana.

 

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En este nuevo ecosistema, la IA actúa como el cerebro de la operación al analizar enormes volúmenes de datos (macrodatos) para tomar decisiones de precisión quirúrgica en la gestión de cultivos. Los algoritmos pueden identificar con exactitud la presencia de plagas y enfermedades, optimizando el uso de recursos y minimizando pérdidas.

A su vez, el IoT se encarga del sistema nervioso de la agricultura inteligente, con sensores interconectados que monitorean en tiempo real la salud de los cultivos y la composición del suelo. Estas alertas, enviadas instantáneamente al agricultor, permiten tomar acciones correctivas antes de que cualquier problema se propague.

Se suman a este arsenal tecnológico los drones, que actúan como los ojos del campo. Equipados con cámaras de alta resolución, capturan imágenes aéreas que la IA procesa para identificar zonas específicas con deficiencias o amenazas. De esta manera se pueden aplicar tratamientos localizados, reduciendo el uso de pesticidas y herbicidas de forma masiva, una práctica que ha demostrado ser efectiva en campos de España, donde el uso de esta tecnología ha logrado reducir hasta un 30% el consumo de agua y ha aumentado un 20% la producción de cereales en algunos casos.

No obstante, en México y casi todos los países de América Latina, este futuro parece un espejismo. El país, a pesar de su inmenso potencial agrícola, se encuentra «en pañales» en el desarrollo de la agricultura inteligente. A diferencia de casos de éxito globales como la tecnología See & Spray de John Deere, que utiliza visión por computadora y aprendizaje automático para rociar solo las malezas, la adopción en Latinoamérica se enfrenta a una serie de obstáculos monumentales. La falta de apoyos gubernamentales, la escasez de recursos, la ausencia de políticas públicas claras y un marco normativo que impulse la innovación tecnológica son la principal barrera.

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Aunque existen iniciativas puntuales en México, como la aplicación SINMAR para monitorear el riego en Michoacán o el avance de la agricultura inteligente de alta precisión en regiones como Baja California para cultivos de tomate y berries, estas son la excepción, no la regla.

Un artículo de El Economista señala que, aunque la IA está en marcha en ciertas regiones, el verdadero reto es preparar a los líderes del campo para que puedan interactuar con estas tecnologías y colaborar con los desarrolladores de soluciones.

La brecha tecnológica y de infraestructura es palpable, y se ve reflejada en la falta de conectividad y capacitación en muchas zonas rurales. Mientras la Unión Europea implementa estrategias como «De la Granja a la Mesa» para alcanzar la neutralidad climática y la sostenibilidad, en Latinoamérica la atención sigue enfocada en el autoconsumo y la dependencia del exterior en granos y otros productos.

Ante este panorama, los países americanos siguen rezagados en la carrera por una agricultura moderna y sustentable. Diversos proyectos de presupuesto, al no considerar recursos adicionales para infraestructura, maquinaria, investigación y tecnología, dejan a la vista la falta de una visión a largo plazo.

Es un contraste abismal: mientras otros países ven en la tecnología una herramienta de soberanía alimentaria y competitividad, en Latinoamérica, la voz que clama por el desarrollo tecnológico en el sector primario se mantiene en silencio, dejando al campo a merced de los retos climáticos y de mercado sin las herramientas del siglo XXI.

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